Monteagudo, además de un rico patrimonio y una dilatada historia, posee dos tradiciones seculares; una, de carácter religioso, procesionar la Virgen; otra, civil, la herencia taurina; ambas, con un indiscutible componente popular, han convivido en fraternal comunión.
Dos tradiciones: Procesión y toros
Explora las dos vibrantes tradiciones que han moldeado el alma de Monteagudo a lo largo de los siglos: la conmovedora 'Procesión de la Virgen' y la enraizada 'Tradición Taurina'.
Dos tradiciones arraigadas, dos expresiones culturales que definen la identidad de Monteagudo.
Procesión de la Virgen
Es uno de los actos religiosos más emotivos de cuantos se celebran a lo largo del año y, en consecuencia, esperado por los hijos, adoptivos y naturales, del pueblo. Consiste en trasladar la imagen de la Patrona, Nuestra Señora de Bienvenida, desde su santuario a la Iglesia, en la noche del 24 de agosto, antaño el 14 de octubre.
Al anochecer, partiendo de la Iglesia, en comitiva procesional, multitudinaria todos los años, el pueblo se dirige a la ermita; durante el itinerario se hará una parada para dejar al patrón, San Isidro, en su oratorio. Llegados al templo y honrada in situ con los salmos de rigor, la Virgen es sacada a hombros por las autoridades, aunque si alguno muestra deseos de hacerlo se le permite; inmediatamente, se reanuda la procesión de regreso, alternando en hombrear la pesada peana con la imagen de la patrona; la música de viento y las salves a capella aligeran el camino; llegados al pueblo, la Virgen ha de subir por el empinado “carril” o “la cuesta del Arco” y , enfilando la barrera, se encaminará a la plaza, a la plaza de la Iglesia.
En este espectacular escenario, en el imponente silencio de la noche y la estremecedora mudez de los asistentes, la Virgen vuelve su rostro al pueblo, a su pueblo, dando inicio la subasta de banzos; son promesas hechas, favores concedidos, agradecimientos recibidos, invocaciones rogadas, recuerdos extinguidos,…; rematada la puja, la Virgen, que ha entrado de cara en su templo, será instalada junto al Altar Mayor, mirando a los fieles, donde se le cantará, con solemnidad y fervor, la “Salve Popular”. Aquí, en la Iglesia, junto a su hermana, la Virgen de la Muela, permanecerá hasta la segunda fiesta, 15 de Octubre, que regresará, de nuevo, a su trono, en su “Ermita de Bienvenida”.
Tradición taurina
Los documentos revelan la existencia de espectáculos taurinos, al menos, desde la segunda mitad del XIX; incluso, en el año 1881, el Ayuntamiento elabora unas Ordenanzas donde se incluyen una serie de artículos que regulan los encierros y las funciones de novillos. Llamaban encierro a la conducción del ganado bravo desde la Vega, donde habían estado pastando los novillos y cabestros desde su llegada de la ganadería, aproximadamente un mes antes, hasta los toriles de la plaza; los vecinos y forasteros presenciaban la llegada de los astados cobijados en las barreras, aunque los más osados los esperaban a la entrada del pueblo, evitando la presencia de transeúntes en las calles; durante el recorrido estaba prohibido increpar, gritar, silbar y mucho menos castigar con palos u objetos punzantes a los animales; de esta operación, que se hacía en la madrugada del mismo día de la novillada, [antiguamente 16 de octubre y, posteriormente, el 26 de agosto, cuando la fiesta se mudó a este mes] se encargaban los vaqueros, en ocasiones a pie y otras a caballo.
Las funciones de novillos, tenían lugar en la plaza habilitada al efecto; inicialmente fue la plaza de la Iglesia, pero en la primera década del XX se trasladó a la antigua plaza de toros que existió debajo de la barrera y había sido construida “ad hoc”; aquí se celebraron espectáculos taurinos hasta finales del XX, cuando este recinto se reconvirtió en parque público; actualmente se ha perdido el espectáculo de plaza y se mantiene el encierro por las calles de la villa. Consta que, desde mediados del XIX, se toreaban y mataban dos novillos, siendo encargados de la faena los “lidiadores”, a los que las autoridades trataban de facilitarles la lidia, evitando que el público ocupara las barreras o burladeros preparados para “su defensa y salvación”, o que se usaran palos, garrochas o aguijones para hostigar a los toros; incluso, se prohibía arrojar “cáscaras de frutas, sombreros u otros objetos” que pudieran perjudicar a los matadores; y, naturalmente, no estaba permitido “salir a la plaza a los menores de dieciséis años, ni a los ancianos”.
Texto: Antonio Ruiz López.