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Iglesia Ntra. Sra. de la Muela

Explora la fascinante historia y arte de la Iglesia Nuestra Señora de la Muela en Monteagudo de las Vicarías.

El visitante que, por primera vez, se sitúa frente a la fachada principal del templo, contempla un robusto y armonioso edificio. La construcción gótica data de finales del siglo XV, como acreditaba un sillar, hoy invisible, precisando la fecha, 1470; bajo la advocación de Nuestra Señora de la Muela, la devoción mariana cobra vida y sentimiento en el recinto sagrado; vida, con la representación escultórica del retablo mayor; sentimiento, en la “Salve popular”, cantada por los lugareños ante la patrona “La Virgen de Bienvenida”, en la noche de vísperas. 

Para una contemplación íntegra, con una perspectiva abierta, el espectador debe situarse en la entrada de la plaza, donde estuvo la Puerta Falsa. Desde esta posición, la fachada principal, orientada al sur-este, pierde parcialmente la vistosidad que en su día tuvo, al quedar eclipsada por el torreón cilíndrico del castillo, induciendo que la torre fue posterior al templo. Entre las dos construcciones, iglesia y castillo, queda un espacio que comunica la plaza con el “vergel”; hoy cerrado por ambas partes, fue recinto sagrado, cementerio, en diferentes coyunturas históricas; inhabilitado a partir de principios del XIX y todavía abierto a los dos aires, por él se escapaba la chiquillería durante la epidemia de cólera de 1885.    

Antes de penetrar en su interior debe fijarse la atención sobre tres particularidades. En primer lugar, la galería de arcos ciegos, paralela al alero del tejado, que recorre longitudinalmente la fachada principal; la construcción en ladrillo, material más pobre que la piedra, es influencia del mudéjar aragonés; si bien, actualmente tiene una función sustentante y exteriormente decorativa, en su día, por el interior discurría un pasadizo que comunicaba las dependencias del castillo con el coro de la iglesia, desde donde presenciaban los oficios religiosos “los señores [condes] de Monteagudo”, residentes en el castillo-palacio y mecenas en la fábrica de la iglesia.  

El segundo elemento destacado, la torre, levantada a los pies del templo y ensamblada perfectamente con la iglesia, a pesar de ser una edificación posterior, 1646; el constructor, Pedro Díez, ejecutó la obra con una traza sencilla, pero de gran consistencia y solidez, mediante la superposición de tres cubos, casi ciegos los dos primeros y abriendo grandes vanos en el superior para alojar el cuerpo de campanas. Las troneras del campanario se encuentran a igual altitud que la salida de aguas del pantano. 

Y, la tercera singularidad, se halla en el pórtico de entrada, sobre el muro del lado derecho; se trata de un aforismo con la siguiente inscripción en latín: “ante deum/ stantes, ne/citis corde/vacantes” [estando ante Dios, no estés con el corazón vacío]; el aserto tiene un contenido espiritual y predispone al feligrés, orante o visitante, que se dispone a entrar en el templo, para que mantenga una actitud respetuosa, de silencio y recogimiento, pero, especialmente, de oración y comunicación sincera.

Traspasando el viejo portón, al penetrar en su interior, sorprende el espectacular conjunto artístico que encierran sus muros. La iglesia, arquitectónicamente, presenta dos características básicas; primera, es de planta única, dividida en cuatro tramos, con capillas laterales, dos en el lado de la epístola y una en el lado del evangelio; y segunda, está cubierta con bóvedas de crucería, propia del estilo gótico, destacando, por su mayor complejidad, la situada en la capilla Mayor, dibuja una figura geométrica semejante a una estrella de ocho puntas. En el último tramo se levanta un amplio coro o tribuna, soportado su frontal sobre arco escarzano de bella traza, decorado en los extremos por magníficos escudos de las dos familias que, con motivo nupcial, financiaron la obra. 

Singular atractivo artístico presenta el púlpito, situada en el lado el Evangelio, tanto por su decoración vegetal, integral y monotemática, como por su monocromía, verde. El primer atributo, el simbolismo de la flor de lis, responde, por un lado, al concepto de la verdad, que representaba la persona que predicaba desde la plataforma elevada; y por otro, al pensamiento filosófico-estético del horror vacui [miedo, temor al vacío], de reminiscencia islámica. El segundo atributo, es de mayor complejidad histórico-artística, no resultando sencillo justificar la tonalidad verdosa, excepcional en esta forma vegetal; simbólicamente representa el color de la riqueza, transmitiendo la condición social del mecenas, perteneciente a la alta jerarquía eclesiástica o a la incipiente y enriquecida burguesía.                        

Completa y engrandece el conjunto, de manera deslumbrante, la obra escultórica. La iglesia está presidida por un magnífico retablo romanista, obra de Gabriel de Pinedo, cuya fecha de ensamblaje y acabado se fija en 1633, aunque se ajusta  tempranamente, en 1599; está dedicado a la Virgen María. En la predela, el autor secuencia, en pequeños paños, diferentes escenas del ciclo de la Virgen. Y, en el cuerpo, dividido en tres calles y dos entrecalles, separadas por columnas de orden corintio, se presentan tres temas que compendian la didáctica de la fé; en la calle central, la doble representación, de la Inmaculada y la Asunción; la primera, con tres características personales, aplastando con sus pies el signo del mal, las manos separadas con la palmas orientadas al cielo y la cabeza erguida, mirando al calvario que corona el retablo; y la Asunción, elevada al cielo por un coro de Ángeles; en las calles laterales se representa, en cuatro imágenes, la primera infancia de Jesús: en la cajas del cuerpo superior, la Anunciación, en la izquierda y la Presentación de Jesús en el Templo, en la derecha; y en las cajas del cuerpo inferior, el Nacimiento en el lado derecho y la Adoración en el izquierdo. Y en las entrecalles, los cuatro evangelistas en su iconográfica o Tetramorfos. Todas las escenas quedan enmarcadas bajo una arquitectura de perfecta simetría.

Gran interés tiene el retablo de Santiago, en la capilla que lleva su nombre; pintura hispanoflamenca que, como reza la inscripción de la predela, se acabó en septiembre de 1524, siendo los donantes Juan Martínez e hijos. En el banco, la figura central, de medio cuerpo, Cristo mostrando los signos de la Crucifixión, a través de dos elementos corporales, las manos y el tronco. En el cuerpo del retablo, protegido por el guardapolvo, se representa en el cuerpo inferior la figura central de Santiago Matamoros; y en las tablas laterales el cuerpo del Apóstol: traslado en barca a las costas de Galicia y conducción, en un carro tirado por bueyes, al lugar donde se ha de sepultar, representación del milagro de la reina Lupa ; y en el cuerpo superior, la Virgen con el niño y San Juanito en la tabla central y en las laterales, San Roque con el perro y San Sebastián. Predomina un rasgo de expresionismo, perceptible, sobre todo, en las figuras animales y objetos inanimados.   

En el muro lateral de la capilla de Santiago, junto al retablo anteriormente descrito, se puede contemplar la talla de un Cristo crucificado, de transición; la restauración inadecuada que se practicó y el desprendimiento del anclaje, han dañado su imagen. La historia de esta obra es prácticamente desconocida; se encontró en las bóvedas del templo, bajo la cubierta, en la década de los ochenta, cuando se realizó una restauración integral de la Iglesia. Por los pocos datos que se tienen, es posible que se ocultara en tiempos de la invasión francesa, entorno a 1809-1810 y,  al ser una imagen devocional, los vecinos quisieron preservarla del expolio. Igualmente, en la capilla del Santo Cristo, se puede contemplar la imagen de la Virgen de la Muela, titular de la parroquia, también de transición.

Texto: Antonio Ruiz López.